Por: Alberto G. Flórez Malagón**
I. De cómo historia y estudios culturales se
suplementarían
No se trata de referir ninguna de las dos
experiencias exclusivamente, sino, como el título lo indica, hablar con ellas
sin entrar en el combate entre los extremos y, mejor, planteando y asumiendo el
debate entre los mismos, de una manera quizás más heurística. Además, porque
una de las dificultades de referirse solamente al combate es la intransigencia
que se apodera de los unos, atrincherados en la supuesta solidez del oficio, y
los otros, en el supuesto mesianismo innovador de su campo. El uso del lenguaje
del combate, empieza a facilitar las afirmaciones pobremente dicotómicas y
descalificadoras y replica la "guerra de las ciencias" de la que
tanto hablan ahora los científicos naturales para criticar las propuestas de
las "nuevas humanidades": de un lado se nombra el trabajo de los
otros con epítetos como, moda, falta de rigurosidad, superficialidad, o
neoconservatismo; en la otra cara del espejo se habla de la ortodoxia, el
positivismo, el anacronismo, la racionalidad obtusa, y eso, si es que se habla.
Los sociólogos e historiadores de la ciencia nos han recordado una y otra vez
cómo la ciencia y las disciplinas no son cosas, sino procesos abiertos y cómo
en la práctica de una "buena ciencia" las fronteras disciplinares no
parecen haber sido más que las excusas institucionales y gremiales para tener
una puerta de entrada a una práctica que las supera en su pretensión
fundacional.
Una vez adentro de la comunidad académica, las
camisas de fuerza que a veces se suponen tan vivas y poderosas, no logran
disciplinar absolutamente la práctica de los investigadores, y a pesar de los
intereses de los administradores académicos, los buenos científicos, que lo son
más por su condición individual que por los contenidos de su formación, siguen
dinamizando sus oficios de maneras que no están dictadas por la organización
administrativa, otros añadirán hegemónica, de los saberes.
De la misma forma el
funcionalismo atribuido al desarrollo de la ciencia podrá ser útil para asumir
posiciones críticas, pero no parece compadecerse con las características de las
comunidades científicas regionales y de sus vectores críticos.
Esto nos lleva a desplazar y a enfatizar el
eje del análisis de la discusión epistemológica fundamentadora de Occidente,
hacia el tema de las prácticas académicas y al tiempo conduce a reconocer a la
ciencia como un proceso abierto que, en una de sus transformaciones, puede
haber superado en su construcción la pretensión teleológica de sus inicios.
Aquí todavía me pregunto si los recientes trabajos con tinte epistemológico que
critican la fragmentación de las ciencias, especialmente el ya clásico informe
de la Comisión Gulbenkian, han exagerado el referente del agotamiento
disciplinar, por lo menos en su desarrollo reciente, pues generalmente la
crítica se ha hecho con referencia a las primeras etapas de las propuestas y
ejercicios disciplinares, pero a menudo se ignoran desarrollos internos
recientes de las disciplinas.
No sobra plantear la duda de si dicha Comisión,
por ejemplo, tomó en cuenta, o no, los desarrollos y prácticas disciplinares de
las ciencias en América Latina, que como frecuentemente se reclama desde la
región, habrían desarrollado, sin nombrarla así, una práctica cercana a la que
hoy proclaman los nuevos campos transdisciplinares, punto de llegada de las
reflexiones gulbenkianas.
El punto de partida de la discusión aquí es
entonces el encuentro en las fronteras entre una tradición disciplinar, que no
está necesariamente encerrada en sus muros, y los nuevos campos
transdisciplinares que tampoco tienen que declararse intransigentemente
antidisciplinares.
La existencia de caminos entre los viejos y los nuevos
territorios se detecta con frecuencia en las prácticas académicas recientes.
Muchos investigadores disciplinares han visto los estudios culturales como una
manera más de hacer sociología, historia y por supuesto antropología. La
distancia entre estudios culturales y estudios de la cultura sólo se entiende,
tal vez, como útil para el posicionamiento institucional, pero en la práctica
no parecen encontrarse en extremos tan alejados. La debatida obra del
antropólogo Néstor García Canclini, quien hace estudios culturales sin
llamarlos así; del sociólogo Immanuel Wallerstein quien después de coordinar la
famosa Comisión Gulbenkian, terminó proponiendo la reconstitución de las ciencias
sociales y humanas alrededor de la sociología; de los historiadores como Hayden
White, Michel de Certau y Roger Chartier, entre muchos exponentes del famoso
giro lingüístico, y aún más cerca de nuestro medio, el ejercicio del filósofo y
sociólogo Santiago Castro por resolver el aparente divorcio entre estudios
culturales y economía política parecen responder a la salida que reconstruye
sin negar el estatuto de la tradición académica.
Muchos nos han prevenido en la
década pasada contra el nuevo disciplinamiento e imperialismo de los estudios
culturales y proponen más bien que los estudios culturales fluyan entre las
disciplinas y a través de ellas, oxigenándolas, sin repetir la historia de las
demarcaciones. No se trataría de un crecimiento mutuo gracias a la influencia
de historia y estudios culturales. Mejor nos referimos a un proceso de
suplementación como se presenta en la propuesta derrideana, en donde una
esencialidad adicional es añadida a lo que hasta la fecha había sido percibido
como sustentado en sí mismo, pero al mismo tiempo, lo que se añade proclama la
inadecuada esencialidad de la entidad previa. Así, el suplemento coexiste con
aquello que suplementa de una manera profundamente desestabilizadora. [1]
De esta manera se podría, quizás, abrir un orificio
en las murallas del debate para considerar la producción que predice el campo
de los estudios culturales y que evitaría la defensa cerrada y la exigencia de
una fundamentación absoluta de cada bastión del conocimiento, descuidando sus
prácticas y su apertura a dialogar con otros espacios de representación.
Además, este ejercicio puede ser muy útil, si se retoma no a partir de las
experiencias de los críticos literarios sino desde los historiadores sociales y
culturales, que han sido hasta cierto punto opacados por el auge de la
producción y de la institucionalización que los primeros han liderado al
colonizar el habla de los estudios culturales.
El tema, además, coincide en la
práctica con la pelea de poderes por la defensa y el ataque a la disciplinariedad
institucional (seguimos dudando de que ésta tenga una expresión en la práctica
académica por fuera del espacio institucional-gremial) con sus correlatos que
son los viejos y los nuevos programas académicos. Por ello, en lugar de querer
resolver la pregunta en todas sus dimensiones, intentaré a través de unas
breves referencias historiográficas mostrar que, en la frontera, la nueva
historia cultural y los estudios culturales se parecen tanto que se confunden
ya que el potencial de la temporalidad y de la espacialidad pertenece
consistentemente al corazón de los nuevos campos.
II. la historia al encuentro con los estudios
culturales
Aunque más arriba he querido ser
condescendiente con la rigidez de la disciplinariedad, es evidente que en
ocasiones ella ha sido un elemento deformador de los investigadores, y los
historiadores a menudo son el ejemplo más claro de ello, con la adición,
además, de la poca formación teórica que se les imparte, a lo sumo remitida a
la externalidad de la teoría en las ciencias sociales. Ello plantea una doble
debilidad que a muchos los ha conducido al espacio acrítico de la producción
empírica, esclava de la evidencia y orgullosa de su propiedad de la
temporalidad.
Pero más allá de estas limitaciones, las nuevas historias vienen
dando pasos hacia una apertura mental que no es simplemente un movimiento
interno crítico de las disciplinas, así sea con un tinte de monismo
culturalista, sino también un movimiento hacia espacios más allá de la
racionalidad instrumental, que reivindican la ética, la estética y quién sabe
qué otras facetas humanas que se habían demarcado como externas a la actividad
científica.
El análisis de este movimiento quiere ir más allá del debate
"interno" que plantearon importantes latinoamericanistas en los años
90. Recordemos que para entonces un grupo de ellos cercanos a la academia
norteamericana comenzó a vincular los desarrollos de la nueva historia cultural
con las propuestas de los estudios subalternos en Asia [2]. El artículo seminal
de Florencia Mallon que retomó la discusión promovida por Gilbert Joseph y
complementada por Patricia Seed[3] en torno a estos temas coincidió con
la creación del Grupo de Estudios Subalternos en América Latina y con las
reflexiones paralelas acerca del problema de la producción posmodernista, con
clara referencia a los historiadores latinoamericanistas. [4]
Un punto de acercamiento, más familiar para
los estudiosos de lo cultural, lo presentó recientemente el historiador indio
Dipesh Chakrabarty, de nuevo escribiendo desde una universidad norteamericana,
en este caso la reconocida Universidad de Chicago, al relacionar de manera
directa las expectativas de los estudios subalternos con el oficio de los
historiadores.[5]
Aunque Chakrabarty considera que el alcance
intelectual de los estudios subalternos excede hoy a aquel de la disciplina
histórica, reconoce a la vez que para el caso indio, lo que fueron una serie de
publicaciones de "historia india" ahora se reconocen como parientes
cercanos de la producción poscolonialista [6], entendida quizás como una
inflexión de los estudios culturales.
Esta aproximación es interesante, pues
generalmente la producción poscolonialista se ha ubicado como más cercana a los
departamentos de literatura, lenguas romances y demás vecinos. De hecho,
afirmará el autor "Los estudios subalternos pueden verse como el proyecto
poscolonial de la escritura de la historia". [7]
En Latinoamérica, la evolución de la
historiografía, que referiré a rasgos generales, permite percibir continuas
redefiniciones de la categoría de lo político y de lo cultural que al final
acercan de manera sugestiva la historia y los estudios culturales, de nuevo
como un momento "pos" de las escrituras de la historia.
En Latinoamérica, el estudio de poderosos
líderes políticos marca de manera tradicional y excesiva los primeros momentos
de la historiografía: independentistas, revolucionarios, nacionalistas,
insurgentes, caudillos, populistas, marxistas, liberales, conservadores, y
todos los demás "grandes hombres" sacados del universo político
latinoamericano.[8]
Del primer énfasis biográfico se pasó a
explicar más las situaciones en términos de los individuos y no tanto los
individuos en términos de las situaciones y sobre todo se abandonaron los
estereotipos simplistas, teleológicos y dicotómicos, para avanzar hacia un
nuevo énfasis en la diversidad y la variación. [9] Así, se avanzó en una mirada
más histórica y, diríamos hoy, menos modelada y homogenizante de la región
latinoamericana y por ello se dificulta seguir tendencias grandes en un
universo de diversidad y menos encontrar tendencias por generalizar acerca del
mundo latinoamericano.
El tema parece coincidir con aquél de las
nuevas humanidades en su afán de responder a la "condición
posmoderna" reivindicando los multiculturalismo, los "saberes
locales" y toda suerte de diversidades glocales. Sin embargo, se avanzó en
una perspectiva histórica que retó aquellas concepciones ahistóricas de, por
ejemplo, los saberes locales, los cuales a veces se presentaban de manera esencialista
como imperturbables en el tiempo, y no como procesos temporales.
No extraña que la discusión entre historia y
estudios culturales rete el punto de partida que desde Birmingham hasta la
fecha sigue guiando a muchos estudiosos del nuevo campo. Este es el referente a
la cultura contemporánea y a los contextos globalizados para estudiar de manera
renovada dicha cultura.
En este contexto, Alan Knight identifica la aparición
en las siguientes etapas historiográficas de dos tendencias grandes dentro del
universo que él llama de la historiografía fragmentada. El primero, el de la
historia regional/local y el segundo, la historia popular. Ellos han
introducido una variedad de formas de lo nacional, de lo étnico de los tejidos
locales, y el concepto de región reemplazó como énfasis al anterior de nación.
Uno de los impactos más interesantes de esta producción regional fue sobre la
historia económica la cual, a la luz de los modelos de la modernización y luego
del dependentismo, no había visualizado las especificidades regionales
económicas que hoy dan nuevas luces sobre las tendencias y los acontecimientos
políticos. Sólo faltaría un paso para llegar al influyente concepto de
"diferencia colonial" que Walter Mignolo [10] nos ha presentado en el
ámbito de los estudios poscoloniales, pero trabajándolo de manera más inductiva
y más histórica. Los puntos de encuentro se multiplican entre la historiografía
y las nuevas humanidades.
Esta historiografía del "centro hacia
fuera" como la llama Knight [11] es complementada por aquélla de
"abajo hacia arriba" de la historia social, el equivalente
historiográfico de los estudios subalternos de la India. El cuidadoso aporte de
los historiadores acerca de conflicto rural, especialmente, ha potenciado de
nuevo el tema no sólo de la agencia de los grupos subalternos en los procesos
históricos, sino muy especialmente, el de las de las mediaciones culturales que
explican la construcción relacional de los grupos y las clases en
Latinoamérica, lo mismo que la posibilidades de su accionar político. Recuerdo
rápidamente el estudio de las semánticas de la dominación de Andrés Guerrero,
la inspiración en los modelos de la economía moral Thompsoniana y hasta las
formas de la resistencia cotidiana de James Scott, que han influido los trabajos
históricos. Todo ello nos emparenta con temas de los estudios culturales y por
qué no decirlo también nos coloca en una posición más sofisticada frente al
tema de lo político que las de muchos politólogos que siguen trabajando el tema
de manera bastante convencional, siguiendo la tradición disciplinar del
estado-centrismo analítico. Ni hablar de las fuertes revisiones al tema de
clase, cultura e identidad que los trabajos de Edward P. Thompson, en
Inglaterra, y más recientemente Mauricio Archila para Colombia, Daniel James
para Argentina y Milton Luna para Ecuador, entre otros, han planteado para el
caso de países latinoamericanos.
Ello creó nuevas tensiones con la tradición
que explicaba la naturaleza del poder sin consideraciones de tipo cultural, y rechazó,
a la vez, las categorías marxistas, o mejor Hobsbawnianas, de lo prepolítico y
sus implicaciones eurocentristas. En historia también se avanzó, al exceder los
alcances intelectuales de la disciplina al teorizar mucho más sobre el problema
de las estructuras frente a la agencia individual y al asimilar el aforismo de
los estudios culturales que refiere las "estructuras subjetivadas y los
sujetos estructurados" como nueva guía conceptual. [12]
A la síntesis
entre cultura y poder, como se la venía presentando en la producción
latinoamericana, se la enriqueció con aquélla de cultura, poder e historia como
tan lúcidamente ha planteado la antología de Dirks, Eley y Ortner, ya citada.
La pregunta que planteaban las primeras etapas de la antropología histórica,
ésta es si la historia es inherentemente cultural, o si la cultura es
inherentemente histórica se resolverá más adelante, como lo sugiere ese momento
historiográfico en que tanto historia como cultura convergen en el poder, lo
cual posibilita un entendimiento más allá de los culturalismos, los
historicismos y los politicismos de los auges disciplinares. El lenguaje retoma
el tema de la función política de la cultura, tan caro a los estudios
culturales, es cierto, pero además constituye esta función como un tema
histórico.
El énfasis más reciente a lo que ello conduce es la relación entre
textos y poder de la llamada historia cultural [13]. Sobre ésta, algunos
historiadores llegan a afirmar que la nueva historia cultural con su
"sesgo lingüístico" no es más que un desdoblamiento de las
preocupaciones anteriores de la (ya vieja) nueva historia social. [14] La nueva
historia social ya predicaba, por ejemplo, la necesidad de estudiar grupos
antiguamente considerados marginales (hoy dirían subalternos), e intentaba
entender la formación de conciencia a través de la esfera cultural.
Es tal la continuidad que se percibe que los
debates entre historia y los nuevos campos, los estudios culturales, por
ejemplo, han sido, aunque bastante serios, relativamente "amistosos"
si se comparan con las "guerras" en las otras disciplinas,
especialmente la literatura y la antropología. [15]
Utilizando la metáfora de
Knight sobre las fronteras internas y externas de la historiografía, lo que me
recuerda el tema es que justamente las fronteras que se expanden se entrecruzan
con las que otros referentes de conocimiento empiezan a tratar, en este caso
particular, el del campo transversal de los estudios culturales. Afirmar que el
carácter disciplinario de una o el supuesto antidisciplinarismo de la otra no
permiten ese acercamiento, no es más que un argumento radical que de nuevo
reduce las prácticas de cada campo a algo homogéneo y establecido, desde
posiciones que exageran sus opciones "teóricamente correctas".
Si se
considera que el mundo de las prácticas determina la evolución y planteamientos
tanto de uno como otro, entonces no se desecha la posibilidad del encuentro, de
nuevo, en un espacio de suplementariedades más allá de la epistemología
radical, en la que ninguna es más esencial o permanente que la otra.
Volviendo a la historia cultural, más allá de
la versión que enfatiza los modos de representación y la construcción cultural
discursiva de identidades, subjetividades, etc., que reflejan un influyente
sesgo lingüístico, [16] referiré aquí otras expresiones recientes de la
"nueva" historia cultural a la que se acercan muchos de los
planteamientos de los estudios culturales.
Existen por lo menos dos tendencias,
que a decir de Mauricio Archila, sólo hace unos años han venido siendo
reconocidas en América Latina como nueva historia cultural, éstas son los
énfasis en la microhistoria de la escuela italiana y en la vida cotidiana de la
escuela alemana, que dicho sea de paso conectan de otra manera con las
propuestas de la historia social.
La aparición de una escala (micro y
cotidiana) coincide con muchas de las expectativas de la fragmentación, o por
lo menos de la localidad que reclaman los estudios culturales, pero sobre todo
con una "historia de las ideas populares" legibles como historias
situadas. Además, de los importantes espacios culturales de mediación que
surgen del análisis de la cotidianidad politizada, como lo avanzaron la
historia social y la nueva historia cultural, estas tendencias además
enfatizaron en el otro, casi anónimo y vernáculo, descentrando sin duda los
temas de la historia tradicional más estructuralista, dando respuestas más
disciplinares a preguntas que, sin duda, se comparten con los estudios
culturales. [17]
Ante estos desarrollos se publicó un número reciente de la
Hispanic American Historical Review [18] en donde se planteó la "arena de
la disputa" que visualiza el debate entre los nuevos historiadores
culturales en Latinoamérica que sería muy útil retomar en el campo de los
estudios culturales también. El debate, se plantea allí entre un supuesto
imperialismo culturalista de la nueva historia cultural y una posible
subsunción más que un suplantamiento de los géneros tradicionales. Para algunos
de los autores, el punto álgido es aquél de la reificación de la cultura y la
preocupación sobre el punto de si "todos los significados son posibles
simultáneamente".
Si se reconoce por un lado la importancia de
las categorías reapropiadas por los nuevos campos, subalternidad, espacio,
hegemonía, discurso, identidad, saber-poder, etc., la tradición de la
disciplina también pide un compás de espera para probar mejor el uso de tan
pertinentes marcos, pero que dada su promisoria experimentación deben cumplir
la promesas a través de sus resultados.
Y más aún, como lo propone Mallon, se quiere
insistir en los métodos de verificación que permitirán una afirmación
responsable de los valores intelectuales y la utilidad de las diferentes
interpretaciones. [19] Entender que la historia puede ser referida con los
estudios culturales, no significa que todo vale. La prudente llamada de los
nuevos historiadores culturales es por una apertura hacia los nuevos campos,
pero siempre valorando las tradiciones disciplinares, exigiendo el cumplimiento
de las promesas en la nueva producción, y sobre todo, reconociendo las
limitaciones de los nuevos planteamientos que se adoptan.
Hay una pregunta
adicional que puede hacerse aquí, en cuanto a la aparición de la globalización,
¿se trata este de un fenómeno que genera una ruptura en las tradiciones de las
disciplinas hasta el punto que parecen proponerse modelos diferentes para
estudiar el antes y el ahora de la globalización? Eso parece implicarse cuando
el énfasis de los estudios culturales en la contemporaneidad no logra a veces
articularse, o por lo menos convencernos de que lo hace, con la mirada al
pasado más remoto. A veces, los ejercicios genealógicos desde el momento global
son sólo planillas de conocimiento ya establecidas a las que se pretende
rellenar con las evidencias del pasado.
Finalmente, insisto en que la
profesionalización no define el ámbito disciplinario y aquéllos que practican
el oficio sin ataduras a la profesión "más como un noviazgo que como un
matrimonio", pueden convivir en las fronteras y pueden hacerse llamar
parte de los estudios culturales en prácticas históricas transdisciplinares e
híbridas, a las que no importa tanto el referente gremial, como la
reivindicación heurística del tiempo y el espacio en el corazón de las nuevas
humanidades. Más allá de estas referencias, me parecería que lo demás son
luchas por el poder institucional que no corresponden a los referentes y
prácticas del oficio. Parece que se podrá seguir siendo historiador, a pesar de
todo.
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31.
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Notas
[*] Este trabajo en su versión original fue
presentado en el Primer Encuentro Internacional 'de Estudios Culturales,
Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador, en Junio, 2002.
[**] Profesor Asociado. Departamento de
Historia e Instituto de Estudios Sociales y Culturales, PENSAR. Pontificia Universidad Javeriana de
Bogotá.
[1]
Nicholas B. Dirks, Geoff Eley y Sherry B. Ortner, (eds.),
Culture/Power/History. A Reader in Contemporary Social Theory, Princeton,
Princeton University Press, 1994, pág. 39
[2] El "Grupo de Estudios
Subalternos" se consolidó inicialmente en India por intelectuales
anticolonialistas y políticamente radicales, pero igualmente inmersos en el
análisis textual y en los métodos posmodernos. El subalterno es definido,
siguiendo la tradición gramsciana como el subordinado en términos de clase,
casta, edad, género, oficio o cualquier otra forma de dominación. Pero la
subordinación se entiende como un camino de dos vías que involucra a dominante
y dominado. Así el objetivo final de este grupo era demostrar cómo, en las
transformaciones políticas que ocurrieron en la sociedad india colonial y
poscolonial, los subalternos no sólo desarrollaron sus propias estrategias de
resistencia sino que efectivamente contribuyeron a definir y a refinar las
opciones de las élites. Al tiempo el grupo buscaba recuperar las prácticas,
creencias y acciones subalternas leyendo las viejas fuentes con nuevos métodos
provenientes de la semiótica, la crítica literaria y toda forma de análisis
textual. Florencia
Mallon, "The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Perspectives from
Latin American History", American Historical Review, Vol. 99, No.5,
Diciembre 1994.
[3]
Florencia Mallon, 1994, op. cit.; Gilbert Joseph, "On the trail of Latin
American Bancfists: A Reexamination of Peasant Resistance", Latin American
Research Review, LARR, Vol. 25 No. 3, 1990; Patricia Seed, "Colonial and
Postcolonial discourse", LARR, Vol. 26 No.1, 1991.
[4] Santiago Castro y Eduardo Mendieta
(coord.), Teorías sin disciplina: Latinoamericanismo, Pos colonialidad y
Globalización en debate, Méjico, Universidad de San Francisco y Grupo Editorial
Porrúa, 1998.
[5] Dipesh
Chakrabarty, "Subaltern Studies and Postcolonial Historiography".
Nepantla: Views from South, Vol. 1, No. 1,2000, pág. 9.
[6] Una importante caracterización de estos
estudios, que los diferencia de los análisis coloniales clásicos, es la
orientación de la crítica poscolonial que intenta mostrar la vinculación entre
los valores culturales de Occidente y el proyecto de expansión mundial del
capital. Véase un análisis del desarrollo de estas escuelas en Santiago Castro,
Oscar Guardiola y Carmen Millán (eds)., Pensar en los intersticios. Teoría y
práctica de la crítica poscolonial, Bogotá, CEJA, 1999.
[7] Ibíd., pág. 10.
[8] Alan Knight, "Latinoamérica: un
balance historiográfico" Historia y Grafía, No. 10, 1998, pág. 166.«« Volver
[9] Ibíd.,
pág. 168.
[10] Walter
Mignolo, Local Histories/ Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and
Border Thinking, Princeton, Princeton University Press, 2000.
[11] Alan Knight, 1998, op. cit., pág. 182.
[12] Santiago Castro (ed.), La
reestructuración de las ciencias sociales en América Latina, Bogotá, CEJA,
2000, pág. xxxvii.
[13] Dipesh Chakrabarty, 2000, op. cit, pág.
22.
[14] Bárbara Weinstein, "La investigación
sobre identidad y ciudadanía en Estados Unidos: de la nueva historia social a
la nueva historia cultural" en Fronteras de la historia, Instituto
Colombiano de Antropología e Historia, Icanh, No. 5,2000, pág. 74.
[15] Ibíd., pág. 78.
[16] Ibíd., pág.76.
[17] Mauricio Archila preferirá referirse no a
estudios culturales sino a postmodernismo en su artículo "¿Es aún posible
la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) Historia Cultural" en
Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Universidad Nacional de
Colombia, Vol. 26,1999.
[18] Susan
Deans-Smith y Gilbert M. Joseph, "The Arena of Dispute" The Hispanic
American Historical Review, Vol. 79, No. 2, Mayo 1999.
[19]
Florencia Mallon, "Time on the Wheel: Cycles of Revisionism and the
"New Cultural History" en The Hispanic American Historical Review,
Vol. 79 No. 2 Mayo 1999
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