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Dice Ticio Escobar: "el mito del arte es uno de los grandes relatos de la modernidad". Explica que uno de los gestos que construye Occidente es crear ciertas producciones artísticas como separadas de la realidad, exentas de problemáticas relacionadas con aspectos tensionantes y complejos de la existencia, tales como los juegos de poder, las determinantes de tipo económico o las representaciones de sujetos subalternos.

jueves, 5 de abril de 2012

La disciplina histórica en Latinoamérica. Una lectura con los Estudios Culturales*


Por: Alberto G. Flórez Malagón**

I. De cómo historia y estudios culturales se suplementarían

No se trata de referir ninguna de las dos experiencias exclusivamente, sino, como el título lo indica, hablar con ellas sin entrar en el combate entre los extremos y, mejor, planteando y asumiendo el debate entre los mismos, de una manera quizás más heurística. Además, porque una de las dificultades de referirse solamente al combate es la intransigencia que se apodera de los unos, atrincherados en la supuesta solidez del oficio, y los otros, en el supuesto mesianismo innovador de su campo. El uso del lenguaje del combate, empieza a facilitar las afirmaciones pobremente dicotómicas y descalificadoras y replica la "guerra de las ciencias" de la que tanto hablan ahora los científicos naturales para criticar las propuestas de las "nuevas humanidades": de un lado se nombra el trabajo de los otros con epítetos como, moda, falta de rigurosidad, superficialidad, o neoconservatismo; en la otra cara del espejo se habla de la ortodoxia, el positivismo, el anacronismo, la racionalidad obtusa, y eso, si es que se habla. 

Los sociólogos e historiadores de la ciencia nos han recordado una y otra vez cómo la ciencia y las disciplinas no son cosas, sino procesos abiertos y cómo en la práctica de una "buena ciencia" las fronteras disciplinares no parecen haber sido más que las excusas institucionales y gremiales para tener una puerta de entrada a una práctica que las supera en su pretensión fundacional.

Una vez adentro de la comunidad académica, las camisas de fuerza que a veces se suponen tan vivas y poderosas, no logran disciplinar absolutamente la práctica de los investigadores, y a pesar de los intereses de los administradores académicos, los buenos científicos, que lo son más por su condición individual que por los contenidos de su formación, siguen dinamizando sus oficios de maneras que no están dictadas por la organización administrativa, otros añadirán hegemónica, de los saberes. 

De la misma forma el funcionalismo atribuido al desarrollo de la ciencia podrá ser útil para asumir posiciones críticas, pero no parece compadecerse con las características de las comunidades científicas regionales y de sus vectores críticos.

Esto nos lleva a desplazar y a enfatizar el eje del análisis de la discusión epistemológica fundamentadora de Occidente, hacia el tema de las prácticas académicas y al tiempo conduce a reconocer a la ciencia como un proceso abierto que, en una de sus transformaciones, puede haber superado en su construcción la pretensión teleológica de sus inicios. 

Aquí todavía me pregunto si los recientes trabajos con tinte epistemológico que critican la fragmentación de las ciencias, especialmente el ya clásico informe de la Comisión Gulbenkian, han exagerado el referente del agotamiento disciplinar, por lo menos en su desarrollo reciente, pues generalmente la crítica se ha hecho con referencia a las primeras etapas de las propuestas y ejercicios disciplinares, pero a menudo se ignoran desarrollos internos recientes de las disciplinas. 

No sobra plantear la duda de si dicha Comisión, por ejemplo, tomó en cuenta, o no, los desarrollos y prácticas disciplinares de las ciencias en América Latina, que como frecuentemente se reclama desde la región, habrían desarrollado, sin nombrarla así, una práctica cercana a la que hoy proclaman los nuevos campos transdisciplinares, punto de llegada de las reflexiones gulbenkianas.

El punto de partida de la discusión aquí es entonces el encuentro en las fronteras entre una tradición disciplinar, que no está necesariamente encerrada en sus muros, y los nuevos campos transdisciplinares que tampoco tienen que declararse intransigentemente antidisciplinares. 

La existencia de caminos entre los viejos y los nuevos territorios se detecta con frecuencia en las prácticas académicas recientes. Muchos investigadores disciplinares han visto los estudios culturales como una manera más de hacer sociología, historia y por supuesto antropología. La distancia entre estudios culturales y estudios de la cultura sólo se entiende, tal vez, como útil para el posicionamiento institucional, pero en la práctica no parecen encontrarse en extremos tan alejados. La debatida obra del antropólogo Néstor García Canclini, quien hace estudios culturales sin llamarlos así; del sociólogo Immanuel Wallerstein quien después de coordinar la famosa Comisión Gulbenkian, terminó proponiendo la reconstitución de las ciencias sociales y humanas alrededor de la sociología; de los historiadores como Hayden White, Michel de Certau y Roger Chartier, entre muchos exponentes del famoso giro lingüístico, y aún más cerca de nuestro medio, el ejercicio del filósofo y sociólogo Santiago Castro por resolver el aparente divorcio entre estudios culturales y economía política parecen responder a la salida que reconstruye sin negar el estatuto de la tradición académica. 

Muchos nos han prevenido en la década pasada contra el nuevo disciplinamiento e imperialismo de los estudios culturales y proponen más bien que los estudios culturales fluyan entre las disciplinas y a través de ellas, oxigenándolas, sin repetir la historia de las demarcaciones. No se trataría de un crecimiento mutuo gracias a la influencia de historia y estudios culturales. Mejor nos referimos a un proceso de suplementación como se presenta en la propuesta derrideana, en donde una esencialidad adicional es añadida a lo que hasta la fecha había sido percibido como sustentado en sí mismo, pero al mismo tiempo, lo que se añade proclama la inadecuada esencialidad de la entidad previa. Así, el suplemento coexiste con aquello que suplementa de una manera profundamente desestabilizadora. [1]

De esta manera se podría, quizás, abrir un orificio en las murallas del debate para considerar la producción que predice el campo de los estudios culturales y que evitaría la defensa cerrada y la exigencia de una fundamentación absoluta de cada bastión del conocimiento, descuidando sus prácticas y su apertura a dialogar con otros espacios de representación. 

Además, este ejercicio puede ser muy útil, si se retoma no a partir de las experiencias de los críticos literarios sino desde los historiadores sociales y culturales, que han sido hasta cierto punto opacados por el auge de la producción y de la institucionalización que los primeros han liderado al colonizar el habla de los estudios culturales. 

El tema, además, coincide en la práctica con la pelea de poderes por la defensa y el ataque a la disciplinariedad institucional (seguimos dudando de que ésta tenga una expresión en la práctica académica por fuera del espacio institucional-gremial) con sus correlatos que son los viejos y los nuevos programas académicos. Por ello, en lugar de querer resolver la pregunta en todas sus dimensiones, intentaré a través de unas breves referencias historiográficas mostrar que, en la frontera, la nueva historia cultural y los estudios culturales se parecen tanto que se confunden ya que el potencial de la temporalidad y de la espacialidad pertenece consistentemente al corazón de los nuevos campos.

II. la historia al encuentro con los estudios culturales

Aunque más arriba he querido ser condescendiente con la rigidez de la disciplinariedad, es evidente que en ocasiones ella ha sido un elemento deformador de los investigadores, y los historiadores a menudo son el ejemplo más claro de ello, con la adición, además, de la poca formación teórica que se les imparte, a lo sumo remitida a la externalidad de la teoría en las ciencias sociales. Ello plantea una doble debilidad que a muchos los ha conducido al espacio acrítico de la producción empírica, esclava de la evidencia y orgullosa de su propiedad de la temporalidad. 

Pero más allá de estas limitaciones, las nuevas historias vienen dando pasos hacia una apertura mental que no es simplemente un movimiento interno crítico de las disciplinas, así sea con un tinte de monismo culturalista, sino también un movimiento hacia espacios más allá de la racionalidad instrumental, que reivindican la ética, la estética y quién sabe qué otras facetas humanas que se habían demarcado como externas a la actividad científica. 

El análisis de este movimiento quiere ir más allá del debate "interno" que plantearon importantes latinoamericanistas en los años 90. Recordemos que para entonces un grupo de ellos cercanos a la academia norteamericana comenzó a vincular los desarrollos de la nueva historia cultural con las propuestas de los estudios subalternos en Asia [2]. El artículo seminal de Florencia Mallon que retomó la discusión promovida por Gilbert Joseph y complementada por Patricia Seed[3] en torno a estos temas coincidió con la creación del Grupo de Estudios Subalternos en América Latina y con las reflexiones paralelas acerca del problema de la producción posmodernista, con clara referencia a los historiadores latinoamericanistas. [4]

Un punto de acercamiento, más familiar para los estudiosos de lo cultural, lo presentó recientemente el historiador indio Dipesh Chakrabarty, de nuevo escribiendo desde una universidad norteamericana, en este caso la reconocida Universidad de Chicago, al relacionar de manera directa las expectativas de los estudios subalternos con el oficio de los historiadores.[5]

Aunque Chakrabarty considera que el alcance intelectual de los estudios subalternos excede hoy a aquel de la disciplina histórica, reconoce a la vez que para el caso indio, lo que fueron una serie de publicaciones de "historia india" ahora se reconocen como parientes cercanos de la producción poscolonialista [6], entendida quizás como una inflexión de los estudios culturales.

Esta aproximación es interesante, pues generalmente la producción poscolonialista se ha ubicado como más cercana a los departamentos de literatura, lenguas romances y demás vecinos. De hecho, afirmará el autor "Los estudios subalternos pueden verse como el proyecto poscolonial de la escritura de la historia". [7]

En Latinoamérica, la evolución de la historiografía, que referiré a rasgos generales, permite percibir continuas redefiniciones de la categoría de lo político y de lo cultural que al final acercan de manera sugestiva la historia y los estudios culturales, de nuevo como un momento "pos" de las escrituras de la historia.

En Latinoamérica, el estudio de poderosos líderes políticos marca de manera tradicional y excesiva los primeros momentos de la historiografía: independentistas, revolucionarios, nacionalistas, insurgentes, caudillos, populistas, marxistas, liberales, conservadores, y todos los demás "grandes hombres" sacados del universo político latinoamericano.[8]

Del primer énfasis biográfico se pasó a explicar más las situaciones en términos de los individuos y no tanto los individuos en términos de las situaciones y sobre todo se abandonaron los estereotipos simplistas, teleológicos y dicotómicos, para avanzar hacia un nuevo énfasis en la diversidad y la variación. [9] Así, se avanzó en una mirada más histórica y, diríamos hoy, menos modelada y homogenizante de la región latinoamericana y por ello se dificulta seguir tendencias grandes en un universo de diversidad y menos encontrar tendencias por generalizar acerca del mundo latinoamericano.

El tema parece coincidir con aquél de las nuevas humanidades en su afán de responder a la "condición posmoderna" reivindicando los multiculturalismo, los "saberes locales" y toda suerte de diversidades glocales. Sin embargo, se avanzó en una perspectiva histórica que retó aquellas concepciones ahistóricas de, por ejemplo, los saberes locales, los cuales a veces se presentaban de manera esencialista como imperturbables en el tiempo, y no como procesos temporales.

No extraña que la discusión entre historia y estudios culturales rete el punto de partida que desde Birmingham hasta la fecha sigue guiando a muchos estudiosos del nuevo campo. Este es el referente a la cultura contemporánea y a los contextos globalizados para estudiar de manera renovada dicha cultura. 

En este contexto, Alan Knight identifica la aparición en las siguientes etapas historiográficas de dos tendencias grandes dentro del universo que él llama de la historiografía fragmentada. El primero, el de la historia regional/local y el segundo, la historia popular. Ellos han introducido una variedad de formas de lo nacional, de lo étnico de los tejidos locales, y el concepto de región reemplazó como énfasis al anterior de nación. Uno de los impactos más interesantes de esta producción regional fue sobre la historia económica la cual, a la luz de los modelos de la modernización y luego del dependentismo, no había visualizado las especificidades regionales económicas que hoy dan nuevas luces sobre las tendencias y los acontecimientos políticos. Sólo faltaría un paso para llegar al influyente concepto de "diferencia colonial" que Walter Mignolo [10] nos ha presentado en el ámbito de los estudios poscoloniales, pero trabajándolo de manera más inductiva y más histórica. Los puntos de encuentro se multiplican entre la historiografía y las nuevas humanidades. 

Esta historiografía del "centro hacia fuera" como la llama Knight [11] es complementada por aquélla de "abajo hacia arriba" de la historia social, el equivalente historiográfico de los estudios subalternos de la India. El cuidadoso aporte de los historiadores acerca de conflicto rural, especialmente, ha potenciado de nuevo el tema no sólo de la agencia de los grupos subalternos en los procesos históricos, sino muy especialmente, el de las de las mediaciones culturales que explican la construcción relacional de los grupos y las clases en Latinoamérica, lo mismo que la posibilidades de su accionar político. Recuerdo rápidamente el estudio de las semánticas de la dominación de Andrés Guerrero, la inspiración en los modelos de la economía moral Thompsoniana y hasta las formas de la resistencia cotidiana de James Scott, que han influido los trabajos históricos. Todo ello nos emparenta con temas de los estudios culturales y por qué no decirlo también nos coloca en una posición más sofisticada frente al tema de lo político que las de muchos politólogos que siguen trabajando el tema de manera bastante convencional, siguiendo la tradición disciplinar del estado-centrismo analítico. Ni hablar de las fuertes revisiones al tema de clase, cultura e identidad que los trabajos de Edward P. Thompson, en Inglaterra, y más recientemente Mauricio Archila para Colombia, Daniel James para Argentina y Milton Luna para Ecuador, entre otros, han planteado para el caso de países latinoamericanos. 

Ello creó nuevas tensiones con la tradición que explicaba la naturaleza del poder sin consideraciones de tipo cultural, y rechazó, a la vez, las categorías marxistas, o mejor Hobsbawnianas, de lo prepolítico y sus implicaciones eurocentristas. En historia también se avanzó, al exceder los alcances intelectuales de la disciplina al teorizar mucho más sobre el problema de las estructuras frente a la agencia individual y al asimilar el aforismo de los estudios culturales que refiere las "estructuras subjetivadas y los sujetos estructurados" como nueva guía conceptual. [12] 

A la síntesis entre cultura y poder, como se la venía presentando en la producción latinoamericana, se la enriqueció con aquélla de cultura, poder e historia como tan lúcidamente ha planteado la antología de Dirks, Eley y Ortner, ya citada. 

La pregunta que planteaban las primeras etapas de la antropología histórica, ésta es si la historia es inherentemente cultural, o si la cultura es inherentemente histórica se resolverá más adelante, como lo sugiere ese momento historiográfico en que tanto historia como cultura convergen en el poder, lo cual posibilita un entendimiento más allá de los culturalismos, los historicismos y los politicismos de los auges disciplinares. El lenguaje retoma el tema de la función política de la cultura, tan caro a los estudios culturales, es cierto, pero además constituye esta función como un tema histórico. 

El énfasis más reciente a lo que ello conduce es la relación entre textos y poder de la llamada historia cultural [13]. Sobre ésta, algunos historiadores llegan a afirmar que la nueva historia cultural con su "sesgo lingüístico" no es más que un desdoblamiento de las preocupaciones anteriores de la (ya vieja) nueva historia social. [14] La nueva historia social ya predicaba, por ejemplo, la necesidad de estudiar grupos antiguamente considerados marginales (hoy dirían subalternos), e intentaba entender la formación de conciencia a través de la esfera cultural.

Es tal la continuidad que se percibe que los debates entre historia y los nuevos campos, los estudios culturales, por ejemplo, han sido, aunque bastante serios, relativamente "amistosos" si se comparan con las "guerras" en las otras disciplinas, especialmente la literatura y la antropología. [15] 

Utilizando la metáfora de Knight sobre las fronteras internas y externas de la historiografía, lo que me recuerda el tema es que justamente las fronteras que se expanden se entrecruzan con las que otros referentes de conocimiento empiezan a tratar, en este caso particular, el del campo transversal de los estudios culturales. Afirmar que el carácter disciplinario de una o el supuesto antidisciplinarismo de la otra no permiten ese acercamiento, no es más que un argumento radical que de nuevo reduce las prácticas de cada campo a algo homogéneo y establecido, desde posiciones que exageran sus opciones "teóricamente correctas". 

Si se considera que el mundo de las prácticas determina la evolución y planteamientos tanto de uno como otro, entonces no se desecha la posibilidad del encuentro, de nuevo, en un espacio de suplementariedades más allá de la epistemología radical, en la que ninguna es más esencial o permanente que la otra.

Volviendo a la historia cultural, más allá de la versión que enfatiza los modos de representación y la construcción cultural discursiva de identidades, subjetividades, etc., que reflejan un influyente sesgo lingüístico, [16] referiré aquí otras expresiones recientes de la "nueva" historia cultural a la que se acercan muchos de los planteamientos de los estudios culturales. 

Existen por lo menos dos tendencias, que a decir de Mauricio Archila, sólo hace unos años han venido siendo reconocidas en América Latina como nueva historia cultural, éstas son los énfasis en la microhistoria de la escuela italiana y en la vida cotidiana de la escuela alemana, que dicho sea de paso conectan de otra manera con las propuestas de la historia social. 

La aparición de una escala (micro y cotidiana) coincide con muchas de las expectativas de la fragmentación, o por lo menos de la localidad que reclaman los estudios culturales, pero sobre todo con una "historia de las ideas populares" legibles como historias situadas. Además, de los importantes espacios culturales de mediación que surgen del análisis de la cotidianidad politizada, como lo avanzaron la historia social y la nueva historia cultural, estas tendencias además enfatizaron en el otro, casi anónimo y vernáculo, descentrando sin duda los temas de la historia tradicional más estructuralista, dando respuestas más disciplinares a preguntas que, sin duda, se comparten con los estudios culturales. [17] 

Ante estos desarrollos se publicó un número reciente de la Hispanic American Historical Review [18] en donde se planteó la "arena de la disputa" que visualiza el debate entre los nuevos historiadores culturales en Latinoamérica que sería muy útil retomar en el campo de los estudios culturales también. El debate, se plantea allí entre un supuesto imperialismo culturalista de la nueva historia cultural y una posible subsunción más que un suplantamiento de los géneros tradicionales. Para algunos de los autores, el punto álgido es aquél de la reificación de la cultura y la preocupación sobre el punto de si "todos los significados son posibles simultáneamente".

Si se reconoce por un lado la importancia de las categorías reapropiadas por los nuevos campos, subalternidad, espacio, hegemonía, discurso, identidad, saber-poder, etc., la tradición de la disciplina también pide un compás de espera para probar mejor el uso de tan pertinentes marcos, pero que dada su promisoria experimentación deben cumplir la promesas a través de sus resultados.

Y más aún, como lo propone Mallon, se quiere insistir en los métodos de verificación que permitirán una afirmación responsable de los valores intelectuales y la utilidad de las diferentes interpretaciones. [19] Entender que la historia puede ser referida con los estudios culturales, no significa que todo vale. La prudente llamada de los nuevos historiadores culturales es por una apertura hacia los nuevos campos, pero siempre valorando las tradiciones disciplinares, exigiendo el cumplimiento de las promesas en la nueva producción, y sobre todo, reconociendo las limitaciones de los nuevos planteamientos que se adoptan. 

Hay una pregunta adicional que puede hacerse aquí, en cuanto a la aparición de la globalización, ¿se trata este de un fenómeno que genera una ruptura en las tradiciones de las disciplinas hasta el punto que parecen proponerse modelos diferentes para estudiar el antes y el ahora de la globalización? Eso parece implicarse cuando el énfasis de los estudios culturales en la contemporaneidad no logra a veces articularse, o por lo menos convencernos de que lo hace, con la mirada al pasado más remoto. A veces, los ejercicios genealógicos desde el momento global son sólo planillas de conocimiento ya establecidas a las que se pretende rellenar con las evidencias del pasado.

Finalmente, insisto en que la profesionalización no define el ámbito disciplinario y aquéllos que practican el oficio sin ataduras a la profesión "más como un noviazgo que como un matrimonio", pueden convivir en las fronteras y pueden hacerse llamar parte de los estudios culturales en prácticas históricas transdisciplinares e híbridas, a las que no importa tanto el referente gremial, como la reivindicación heurística del tiempo y el espacio en el corazón de las nuevas humanidades. Más allá de estas referencias, me parecería que lo demás son luchas por el poder institucional que no corresponden a los referentes y prácticas del oficio. Parece que se podrá seguir siendo historiador, a pesar de todo.

Bibliografía

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2. Archila Neira, Mauricio, "¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) Historia Cultural" en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Universidad Nacional de Colombia, Vol. 26,1999, Págs. 249-85

3. Castro, Santiago, Guardiola, Oscar y Millán, Carmen (eds.), Pensaren los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial, Bogotá, CEJA, 1999.

4. Castro, Santiago y Mendieta, Eduardo, (coords.), Teorías sin disciplina: Latinoamericanismo, Poscolonialidad y Globalización en debate, Méjico, Universidad de San Francisco y Grupo Editorial Porrúa, 1998.

5. Castro, Santiago (ed.), La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina, Bogotá: CEJA, 2000.

6. Chakrabarty, Dipesh, "Subaltern Studies and Postcolonial Historiography". Nepantla: Views from South, Vol. 1 No.1, 2000.

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8. Deans-Smith, Susan y Joseph, Gilbert M., "The Arena of Dispute", the Hispanic American Historical Review, Vol. 79, No. 2, Mayo 1999, Págs. 203-9.

9. Dirks, Nicholas B, Eley, Geoff y Ortner, Sherry B. (eds.), Culture/Power /History. A Reader in Contemporary Social Theory, Princeton, Princeton University Press, 1994.

10. Flórez-Malagón, Alberto, "La historia en su encerramiento. Una visión iconoclasta al quehacer de la historia en Colombia" Fronteras de la historia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh, No. 5,2000, Págs. 9-34.

11. Folian, Roberto. Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Buenos Aires, Aique/Rei/I DEAS, 1990.

12. García Canclini, Néstor, "La épica de la globalización y el melodrama de la interculturalidad" en Moraña, Mabel (ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina. El desafío de los estudios culturales, Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, Instituto Nacional de Literatura Iberoamericana, 2000, págs. 31-40.

13. Guerrero, Andrés, La semántica de la dominación: el concertaje de indios, Quito, Ediciones Libri Mundi, 1991.

14. James, Daniel. Resistance and integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976, Cambridge Latin American Studies, No 64, 1994.

15. Joseph, Gilbert M., LeGrand, Catherine y Salvatore, Ricardo D. (eds.), Close Encounters of Empire .Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, Durham, Duke University Press, 1998.

16. Joseph, Gilbert M., "On the trail of Latin American Bandists: A Reexamination of Peasant Resistance", Latin American Research Review, LARR, Vol. 2 5 No. 3, 1990, págs. 7-53.

17. Knight, Alan, "Latinoamérica: un balance historiografía" Historia y Grafía. No. 10,1998, págs. 165-207.

18. Mallon, Florencia, "Time on the Wheel: Cycles of Revisionism and the "New Cultural History", The Hispanic American Historical Review, Vol. 79 No. 2, Mayo 1999, Págs. 331-5.

19. Mallon, Florencia, "The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Perspectives from Latin American History", American Historical Review Vol. 99 No. 5, Diciembre 1994, Págs. 1491-1515.

20. Mignolo, Walter, Local Histories/Global Designs: Coloniality Subaltern Knowledges and Border Thinking, Princeton, Princeton University Press, 2000.

21. Morana, Mabel (ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina. El desafío de los estudios culturales, Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, Instituto Nacional de Literatura Iberoamericana, 2000.

22. Pratt, Mary Louise, Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1992.

23. Reynoso, Carlos, Apogeo y decadencia de los estudios culturales, una visión antropológica, Barcelona, Gedisa, 2000.

24. Rowe, John Carlos (ed.), "Culture" and the Problem of the Disciplines, New York, Columbia University Press, 1998.

25. Seed, Patricia, "Colonial and Postcolonial discourse", LARR Vol. 26 No. 1, 1991, Págs. 161-74.

26. Skidmore, Thomas E., "Studying the History of Latin America: A Case of Hemispheric Convergence", Latin American Research Review Mol 33 No. 1, 1998, Págs. 105-27.

27. Sokal, Alan y Bricmont. Jean, imposturas intelectuales, Barcelona, Paidós, 1999.

28. Wallerstein, Immanuel, et. al., Abrir las ciencias sociales. Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de los ciencias sociales, Méjico, Siglo Veintiuno editores, 1996.

29. Wallerstein, Immanuel, The End of the World As We Know It: Social Science for the Twenty- first Century, University of Minnesota Press, 1999.

30. Weinstein, Barbara, "La investigación sobre identidad y ciudadanía en Estados Unidos: de la nueva historia social a la nueva historia cultural" en Fronteras de la historia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh, No. 5, 2000, págs. 73-91.

31. Windschuttle, Keith, The Killing of History: How Literary Critics and Social Theorists are Murdering our Past, New York, The Free Press, 1997.

Notas

[*] Este trabajo en su versión original fue presentado en el Primer Encuentro Internacional 'de Estudios Culturales, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador, en Junio, 2002.

[**] Profesor Asociado. Departamento de Historia e Instituto de Estudios Sociales y Culturales, PENSAR. Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.

[1] Nicholas B. Dirks, Geoff Eley y Sherry B. Ortner, (eds.), Culture/Power/History. A Reader in Contemporary Social Theory, Princeton, Princeton University Press, 1994, pág. 39

[2] El "Grupo de Estudios Subalternos" se consolidó inicialmente en India por intelectuales anticolonialistas y políticamente radicales, pero igualmente inmersos en el análisis textual y en los métodos posmodernos. El subalterno es definido, siguiendo la tradición gramsciana como el subordinado en términos de clase, casta, edad, género, oficio o cualquier otra forma de dominación. Pero la subordinación se entiende como un camino de dos vías que involucra a dominante y dominado. Así el objetivo final de este grupo era demostrar cómo, en las transformaciones políticas que ocurrieron en la sociedad india colonial y poscolonial, los subalternos no sólo desarrollaron sus propias estrategias de resistencia sino que efectivamente contribuyeron a definir y a refinar las opciones de las élites. Al tiempo el grupo buscaba recuperar las prácticas, creencias y acciones subalternas leyendo las viejas fuentes con nuevos métodos provenientes de la semiótica, la crítica literaria y toda forma de análisis textual. Florencia Mallon, "The Promise and Dilemma of Subaltern Studies: Perspectives from Latin American History", American Historical Review, Vol. 99, No.5, Diciembre 1994.

[3] Florencia Mallon, 1994, op. cit.; Gilbert Joseph, "On the trail of Latin American Bancfists: A Reexamination of Peasant Resistance", Latin American Research Review, LARR, Vol. 25 No. 3, 1990; Patricia Seed, "Colonial and Postcolonial discourse", LARR, Vol. 26 No.1, 1991.

[4] Santiago Castro y Eduardo Mendieta (coord.), Teorías sin disciplina: Latinoamericanismo, Pos colonialidad y Globalización en debate, Méjico, Universidad de San Francisco y Grupo Editorial Porrúa, 1998.

[5] Dipesh Chakrabarty, "Subaltern Studies and Postcolonial Historiography". Nepantla: Views from South, Vol. 1, No. 1,2000, pág. 9.

[6] Una importante caracterización de estos estudios, que los diferencia de los análisis coloniales clásicos, es la orientación de la crítica poscolonial que intenta mostrar la vinculación entre los valores culturales de Occidente y el proyecto de expansión mundial del capital. Véase un análisis del desarrollo de estas escuelas en Santiago Castro, Oscar Guardiola y Carmen Millán (eds)., Pensar en los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial, Bogotá, CEJA, 1999.

[7] Ibíd., pág. 10.

[8] Alan Knight, "Latinoamérica: un balance historiográfico" Historia y Grafía, No. 10, 1998, pág. 166.«« Volver

[9] Ibíd., pág. 168.

[10] Walter Mignolo, Local Histories/ Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking, Princeton, Princeton University Press, 2000.

[11] Alan Knight, 1998, op. cit., pág. 182.

[12] Santiago Castro (ed.), La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina, Bogotá, CEJA, 2000, pág. xxxvii.

[13] Dipesh Chakrabarty, 2000, op. cit, pág. 22.

[14] Bárbara Weinstein, "La investigación sobre identidad y ciudadanía en Estados Unidos: de la nueva historia social a la nueva historia cultural" en Fronteras de la historia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh, No. 5,2000, pág. 74.

[15] Ibíd., pág. 78.

[16] Ibíd., pág.76.

[17] Mauricio Archila preferirá referirse no a estudios culturales sino a postmodernismo en su artículo "¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) Historia Cultural" en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Universidad Nacional de Colombia, Vol. 26,1999.

[18] Susan Deans-Smith y Gilbert M. Joseph, "The Arena of Dispute" The Hispanic American Historical Review, Vol. 79, No. 2, Mayo 1999.


[19] Florencia Mallon, "Time on the Wheel: Cycles of Revisionism and the "New Cultural History" en The Hispanic American Historical Review, Vol. 79 No. 2 Mayo 1999


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